lunes, 30 de marzo de 2020

Arte 6to 1era




Programa de contingencia escolar

Materia ARTE

Prof. Lepre Analia

Propuesta: calendario escolar


24 de Marzo Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia


«Quien ha visto la esperanza, no la olvida. La busca bajo todos los cielos y entre todos los hombres. Y sueña que un día va a encontrarla de nuevo, no sabe dónde, acaso entre los suyos. En cada hombre late la posibilidad de ser o, más exactamente, de volver a ser, otro hombre».

Octavio Paz, El laberinto de la soledad



Responder el siguiente cuestionario:

1 Que paso el 24 de marzo de 1976?
2 Que es el terrorismo de estado?
3 A que hace referencia el termino desaparecido?
4 Lea los testimonios de sobrevivientes de la ESMA
5 Investigue sobre la artista plastica DIANA DOWEK, realice un texto periodistico sobre la vida, la obra de la artista y por que podemos afirmar que muchas de sus obras son un testimonio de lo ocurrido durante la dictadura militar argentina?
6 Realice una creación fotográfica propia teniendo en cuenta lo investigado y la obra de la artista DIANA DOWEK, minimo 6 fotografias utilizando como inspiracion los siguientes terminos: DESAPARECIDO - CENSURA – DERECHOS- LIBERTAD



Links sugeridos para la actividad.
El texto de abajo les sera util para responder las consignas






¿QUÉ PASÓ EL 24 DE MARZO DE 1976? El 24 de marzo de 1976 las Fuerzas Armadas protagonizaron en la Argentina un nuevo golpe de Estado. Interrumpieron el mandato constitucional de la entonces presidenta María Estela Martínez de Perón, quien había asumido en 1974 después del fallecimiento de Juan Domingo Perón, con quien en 1973 había compartido la fórmula en calidad de vicepresidenta. El gobierno de facto, constituido como Junta Militar, estaba formado por los comandantes de las tres Armas: el General Jorge Rafael Videla (Ejército), el Almirante Emilio Eduardo Massera (Marina) y el Brigadier Orlando Ramón Agosti (Aeronáutica). La Junta Militar se erigió como la máxima autoridad del Estado atribuyéndose la capacidad de fijar las directivas generales del gobierno, y designar y reemplazar a la Presidenta y a todos los otros funcionarios. La madrugada del 24, la Junta Militar en una proclama difundida a todo el país afirmó que asumía la conducción del Estado como parte de «una decisión por la Patria», «en cumplimiento de una obligación irrenunciable», buscando la «recuperación del ser nacional» y convocando al conjunto de la ciudadanía a ser parte de esta nueva etapa en la que había «un puesto de lucha para cada ciudadano». El mismo Miércoles 24, la Junta tomó las siguientes medidas: instaló el Estado de sitio; consideró objetivos militares a todos los lugares de trabajo y producción; removió los poderes ejecutivos y legislativos, nacionales y provinciales; cesó en sus funciones a todas las autoridades federales y provinciales como así también a las municipales y las Cortes de Justicia nacionales y provinciales; declaró en comisión a todos los jueces; suspendió la actividad de los partidos políticos; intervino los sindicatos y las confederaciones obreras y empresarias; prohibió el derecho de huelga; anuló las convenciones colectivas de trabajo; instaló la pena de muerte para delitos de orden público e impuso una férrea censura de prensa, entre otras tantas medidas. Asimismo, para garantizar el ejercicio conjunto del poder, las tres Armas se repartieron para cada una el 33% del control de las distintas jurisdicciones e instituciones estatales (gobernaciones de provincias, intendencias municipales, ministerios, canales de TV y radios). El país fue dividido en zonas, subzonas y áreas en coincidencia con los comandos del Cuerpo del Ejército, lo que implicó la organización y división de la responsabilidad en la tarea represiva sobre aquello que denominaron «el accionar subversivo». Amplios sectores sociales recibieron el golpe militar en forma pasiva, otros lo apoyaron, otros lo impugnaron y unos pocos lo resistieron. Era una nueva interrupción del marco constitucional –la sexta desde el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen en 1930– que, una vez más, prometía dejar atrás el «caos» imperante y retornar al siempre enunciado y anhelado «orden». En esta oportunidad, la búsqueda de «orden» supuso comenzar a instrumentar un feroz disciplinamiento, en un contexto caracterizado por la creciente movilización social y política. La sociedad fue reorganizada en su conjunto, en el plano político, económico, social y cultural. La dictadura se propuso eliminar cualquier oposición a su proyecto refundacional, aniquilar toda acción que intentara disputar el poder. El método fue hacer «desaparecer» las fuentes de los conflictos. Desde el punto de vista de los jefes militares, de los grupos económicos y de los civiles que los apoyaban, el origen de los conflictos sociales en Argentina y de la inestabilidad política imperante luego de 1955, estaba relacionado con el desarrollo de la industrialización y la modernización en sentido amplio. Estos sectores afirmaban que se trataba de un modelo sostenido artificialmente por la intervención del Estado. Entendían que esto motivaba un exagerado crecimiento del aparato estatal y el fortalecimiento de un movimiento obrero organizado, dispuesto y capaz de defender sus derechos e intereses por diversas vías. En la conferencia monetaria internacional de México, realizada en mayo de 1977, el Ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, dijo que el cambio de gobierno constituía «la transformación de la estructura política y económica-social que el país tuvo durante casi 30 años». Desde esa perspectiva, para sentar las bases del nuevo modelo «era necesario modificar las estructuras de la economía argentina. El cambio propuesto era muy profundo; no bastaba con un simple proceso de ordenamiento, sino que había que transformar normas y marcos institucionales, administrativos y empresariales; políticas, métodos, hábitos y hasta la misma mentalidad», según escribió Martínez de Hoz en las «Bases para una Argentina moderna: 1976-80». Para alcanzar este objetivo la dictadura ejerció dos tipos de violencia sistemática y generalizada: la violencia del Estado.
¿QUÉ FUE EL TERRORISMO DE ESTADO? Entre 1930 y 1983 la Argentina sufrió seis golpes de Estado. Sin embargo, la expresión «terrorismo de Estado» sólo se utiliza para hacer referencia al último de ellos. La violencia política ejercida desde el Estado contra todo actor que fuera considerado una amenaza o desafiara al poder fue una característica recurrente en la historia argentina. Hay muchos ejemplos de esto: la represión contra los obreros en huelga en la Semana Trágica (1919) y en las huelgas de la Patagonia (1921); los fusilamientos de José León Suárez relatados por Rodolfo Walsh en su libro Operación Masacre (1956); la Noche de los Bastones Largos durante la dictadura de Juan Carlos Onganía (1966) y la Masacre de Trelew (1972), entre tantos otros. Estos episodios pueden ser evocados como antecedentes de la violencia política ejercida desde el Estado contra sus «enemigos» (aún cuando los primeros, la Semana Trágica y las huelgas patagónicas, acontecieron en el marco de un Estado democrático). En ese sentido están ligados a la última dictadura. Sin embargo, el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional implicó un «salto cualitativo» con respecto a los casos citados porque la dictadura de 1976 hizo uso de un particular ejercicio de la violencia política: la diseminación del terror en todo el cuerpo social. Lo que singularizó a la dictadura de 1976 fue algo que ninguno de los regímenes previos practicó: la desaparición sistemática de personas. Esto es: ciudadanos que resultaron víctimas de secuestros, torturas y muertes en centros clandestinos de detención desplegados a lo largo de todo el país, cuyos cuerpos nunca fueron entregados a sus deudos . La dictadura pretendió borrar el nombre y la historia de sus víctimas, privando a sus familiares y también a toda la comunidad política, de la posibilidad de hacer un duelo frente a la pérdida. ¿Cuáles fueron las notas distintivas del terrorismo de Estado? ¿Por qué esta expresión da cuenta de lo específico de la última dictadura? ¿Qué fue lo que permitió afirmar que se trataba de un acontecimiento novedoso en la larga historia de violencias políticas de la Argentina? Vamos a detenernos en algunos de sus rasgos característicos. • En primer lugar, lo propio del terrorismo de Estado fue el uso de la violencia puesta al servicio de la eliminación de los adversarios políticos y del amedrentamiento de toda la población a través de diversos mecanismos represivos. Miles de personas encarceladas y otras tantas forzadas al exilio, persecución, prohibiciones, censura, vigilancia. Y, fundamentalmente, la puesta en marcha de los centros clandestinos de detención . Según explica Pilar Calveiro en su libro Poder y desaparición se trató de una cruel «pedagogía» que tenía a toda la sociedad como destinataria de un único mensaje: el miedo, la parálisis y la ruptura del lazo social. • En segundo lugar, el terror se utilizó como instrumento de disciplinamiento social y político de manera constante, no de manera aislada o excepcional. La violencia, ejercida desde el Estado, se convirtió en práctica recurrente, a tal punto que constituyó la «regla» de dominación política y social. Se trató, entonces, de una política de terror sistemático. • En tercer lugar, ese terror sistemático se ejerció con el agravante de ser efectuado por fuera de todo marco legal –más allá de la ficción legal creada por la dictadura para justificar su accionar. Es decir, la violencia ejercida contra quienes eran identificados como los enemigos del régimen operó de manera clandestina. De modo que la dictadura no sólo puso en suspenso los derechos y garantías constitucionales, y a la Constitución misma, sino que decidió instrumentar un plan represivo al margen de la ley, desatendiendo los principios legales que instituyen a los estados modernos para el uso de la fuerza. Se violaron así las normas para el uso legítimo de la violencia y el Estado se transformó en el principal agresor de la sociedad civil, la cual es, en definitiva, la que legitima el monopolio de la violencia como atributo de los estados modernos. • En cuarto lugar, el terrorismo de Estado que se implantó en la década del setenta en Argentina deshumanizó al «enemigo político», le sustrajo su dignidad personal y lo identificó con alguna forma del mal. Una de las características fundamentales de la dictadura argentina consistió en criminalizar al enemigo a niveles hiperbólicos: la figura del desaparecido supuso borrar por completo toda huella que implicara alguna forma de transmisión de un legado que se caracterizara como peligroso. La sustracción de bebés también puede ser pensada como una consecuencia de esta forma extrema de negarle dignidad humana al enemigo político. Es decir que una característica distintiva del Estado terrorista fue la desaparición sistemática de personas. El Estado terrorista no se limitó a eliminar físicamente a su enemigo político sino que, a la vez, pretendió sustraerle todo rasgo de humanidad, adueñándose de la vida de las víctimas y borrando todos los signos que dieran cuenta de ella: su nombre, su historia y su propia muerte. • En quinto lugar, el uso del terror durante la última dictadura tuvo otra característica definitoria: dispuso de los complejos y altamente sofisticados recursos del Estado moderno para ocasionar asesinatos masivos, de mucho mayor alcance que aquellos que podían cometer los estados del siglo XIX. • Por último, el Estado terrorista, mediante la internalización del terror, resquebrajó los lazos sociales y distintos grupos, sectores sociales, formas de pertenencia y prácticas culturales comunes, fueron desgarradas: ser joven, obrero, estudiante, pertenecer a un gremio, representar a un grupo, fueron actividades «sospechosas» frente al Estado. Si defender y compartir ideas junto a terceros con objetivos en común implicaba la desaparición, la pauta que comenzó a dominar en las prácticas sociales más básicas fue la de un individualismo exacerbado que continuó manifestándose más allá del 10 de diciembre de 1983; y que a su vez permitió el avance en la destrucción de conquistas sociales fundamentales a lo largo de las décadas del ochenta y del noventa. En estas seis características podemos resumir algunos rasgos definitorios del terrorismo de Estado, un régimen que se inscribe en la compleja historia política de la Argentina y que, al mismo tiempo, parece no tener antecedentes en esa misma historia.
¿QUÉ ES LA FIGURA DEL DESAPARECIDO? En 1979, en una entrevista periodística, el dictador Jorge Rafael Videla dijo una frase que con el tiempo se volvió tristemente célebre: «Le diré que frente al desaparecido en tanto este como tal, es una incógnita, mientras sea desaparecido no puede tener tratamiento especial, porque no tiene entidad. No está muerto ni vivo… Está desaparecido»2 . La palabra «desaparecido», tanto en Argentina como en el exterior, se asocia directamente con la dictadura de 1976, ya que el terror estatal tuvo como uno de sus principales mecanismos la desaparición sistemática de personas. El término «desaparecido» hace referencia, en primer lugar, a aquellas personas que fueron víctimas del dispositivo del terror estatal, que fueron secuestradas, torturadas y, finalmente, asesinadas por razones políticas y cuyos cuerpos nunca fueron entregados a sus deudos y, en su gran mayoría, todavía permanecen desaparecidos. Otras dictaduras de Latinoamérica y el mundo también secuestraron, torturaron y asesinaron por razones políticas, pero no todas ellas produjeron un dispositivo como la desaparición de personas y el borramiento 2 La declaración de Videla está tomada de Noemí Ciollaro, Pájaros sin luz, Buenos Aires, Planeta, 1999. Fue reproducida en los medios de comunicación el 14 de diciembre de 1979. de las huellas del crimen. Lo específico del terrorismo estatal argentino residió en que la secuencia sistematizada que consistía en secuestrar-torturar-asesinar descansaba sobre una matriz cuya finalidad era la sustracción de la identidad de la víctima. Como la identidad de una persona es lo que define su humanidad, se puede afirmar que la consecuencia radical que tuvo el terrorismo de Estado a través de los centros clandestinos de detención fue la sustracción de la identidad de los detenidos, es decir, de aquello que los definía como humanos. Para llevar adelante esta sustracción, el terrorismo de Estado implementó en los campos de concentración una metodología específica que consistía en disociar a las personas de sus rasgos identitarios (se las encapuchaba y se les asignaba un número en lugar de su nombre); mantenerlas incomunicadas; sustraerles a sus hijos bajo la idea extrema de que era necesario interrumpir la transmisión de las identidades y, por último, adueñarse hasta de sus propias muertes. Los captores no sólo se apropiaban de la decisión de acabar con la vida de los cautivos sino que, al privarlos de la posibilidad del entierro, los estaban privando de la posibilidad de inscribir la muerte dentro de una historia más global que incluyera la historia misma de la persona asesinada, la de sus familiares y la de la comunidad a la que pertenecía. Por esta última razón, podemos decir que la figura del desaparecido encierra la pretensión más radical de la última dictadura: adueñarse de la vida de las personas a partir de la sustracción de sus muertes. Por eso, cada acto de los cautivos tendientes a restablecer su propia identidad y a vincularse con los otros en situación de encierro resultó una resistencia fundamental a la política de desaparición. Lo mismo ocurre cada vez que se localiza a un niño apropiado, hoy adulto, y cada vez que se restituye la identidad y la historia de un desaparecido. El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) se destacó desde muy temprano en la búsqueda e identificación de los cuerpos de los desaparecidos que fueron enterrados como NN. El EAAF posee un banco de datos que, en este momento, articulado con el Estado nacional, continúa permitiendo el encuentro entre los familiares y los cuerpos de las víctimas. Estas, son formas de incorporar a los desaparecidos a la vida y a la historia de la comunidad, son modos de torcer ese destino que, según las palabras de Videla, era sólo una «incógnita».

Testimonios de sobrevivientes de la ESMA

LA TORTURA «La experiencia de la tortura es única. No se puede comparar con ninguna otra experiencia de la vida. Tengo un recuerdo de la tortura con el registro de todos los sentidos. Lo digo porque hay personas a las que no les pasa así, que en el recuerdo se ven, por ejemplo, como si fueran una tercera persona mirándose desde una cierta distancia. Yo tengo ambos, y hasta incluso he soñado con eso. Para mí, lo terrible de la tortura es que delante de uno hay alguien, un ser humano en apariencia, inflingiéndole a otro lo peor que puede hacer para obtener de él lo más preciado que guarda. Es una experiencia tan extrema, tan primaria que yo creo que en sí ésa es la tortura.» (Memoria Abierta, testimonio de Cristina Aldini, Buenos Aires). LOS «PASEOS» «Alfredo Ayala (alias "Mantecol") cuenta cómo era la vida cotidiana dentro del CCD: “Los primeros meses en la ESMA sufrí mucho: las primeras torturas, las primeras salidas. Prácticamente, ese primer tiempo no estuve en la ESMA, me sacaban todos los días, me llevaban a citas que ya tenían ellos para “chupar” compañeros, me llevaban a “paseos”. Una noche entera me tuvieron de Constitución a Tigre en el [colectivo] sesenta, otras veces fui a José León Suárez, me tuvieron todo el día en la estación de tren. Me llevaban a “pasear” por el centro de San Isidro, me llevaban a espectáculos públicos, a todos lados. A “cantar” no creo [se refiere a la delación], pero sí a ver quién se me arrimaba. Después me llevaban de vuelta a la ESMA y me hacían estar presente cuando caían otros compañeros, para ver cuál era la reacción. La peor tortura para mi era cuando me presentaban a los recién caídos y les decían: “Si vos te portás bien, la vas a pasar bien. Mirá como está ‘Mantecol’, él está acá tranquilo, ya está iniciando otra nueva vida”. Le decían: “Vas a sufrir un poco, pero vas a estar como él”. Y eso a mí me apenaba mucho porque me hacía cómplice de algo que yo no quería ser. Creo que muchos compañeros se sintieron así. Y a veces se me volaban las chapas, algunas veces me iba al baño y me golpeaba contra la pared.» (Memoria Abierta, testimonio de Roberto Ayala, Buenos Aires). Las maternidades clandestinas «En simultáneo con el funcionamiento de la institución militar y el CCD, existía una maternidad clandestina en la que dieron a luz mujeres secuestradas por los Grupos de Tareas de la ESMA, y otras provenientes de distintos centros de reclusión. Durante el parto eran asistidas por médicos y enfermeros destinados en la ESMA y por otras detenidas. En caso de complicaciones eran llevadas al Hospital Naval. Martha Álvarez relata su experiencia: “Estoy en ‘capucha’ hasta el mes de octubre cuando me pasan a una habitación, a uno de los cuartos que ellos llamaban ‘camarotes’ que estaba del otro lado de ‘capucha’. Ahí paso todo mi embarazo (…). Después, pusieron una enfermería en el sótano, allí era donde iban a poner a las compañeras embarazadas, había también otra compañera embarazada, y ahí era donde iban a nacer los bebés. En el momento del parto, empiezo con los dolores, me bajan a la enfermería, pero venía complicado y decidieron trasladarme al Hospital Naval, me llevan a la noche y a la madrugada nace mi hijo. Inmediatamente me llevan de nuevo a la Escuela y al otro día lo llevan al bebé”.» (Memoria Abierta, testimonio de Marta Álvarez, Buenos Aires).


Entrevista

Diana Dowek, la pintura en tiempos de furia
La artista reflexiona sobre su muestra en Bellas Artes, que reúne obras realizadas en los 70, una época cargada de violencia política.

La artista junto a su obra “Argentina 78”, un tríptico de 1978, año en que se realizó aquí el Mundial de fútbol.

Al conmemorarse 50 años del Cordobazo –aquella insurrección de mayo del 69 que puso en jaque a la dictadura de Onganía, nacida tres años antes con el golpe militar que derribó al gobierno de Arturo Illía–, el Museo Nacional de Bellas Artes rescata un capítulo de la producción pictórica de Diana Dowek que evoca ese momento con las tensiones políticas que generó y crecieron hasta derivar en el golpe militar del 76.

Curado por Mariana Marchesi bajo el título de Paisajes insumisos, el conjunto de veinte pinturas de la artista seleccionado por la curadora adquiere gran potencia política por el contexto histórico al que alude. Pero también por las estrategias de representación figurativa a las que apela y se inscriben dentro de lo que Jorge Glusberg llamó la Nueva Imagen y tuvo a Dowek como una de sus más destacadas representantes. La muestra, que organiza un interesante contrapunto temporal en las dos salas que ocupa, incluye el políptico “Lo que vendrá”, de 1972, adquirido por el museo el año pasado y cuyo título remite a un famoso tema de Astor Piazzolla. Más ilustrativo de los tiempos violentos aludidos es el título Pinturas de la insurrección, que agrupa otra serie elaborada entre 1972 y 1973, período particularmente tenso que marcó el tránsito de los gobiernos Lanusse, Cámpora y Perón. Deliberadamente identificadas con la lógica documental fotográfica, desde la monocromía blanco y negro, estas imágenes optan sin embargo por eludir detalles y definiciones reorientando esta suerte de crónica de época al lenguaje pictórico que intensifica su dramatismo.

Por su parte, las pinturas realizadas en los años posteriores refuerzan la percepción de un tiempo de tensiones en aumento; también los títulos “Procedimientos” (1974) o“Retrovisores”, (1975) contribuyen a la idea de un estado policial en el que progresivamente se ha instalado un clima generalizado de persecución. Tal lo que se desprende de la serie de “alambrados”, “Atrapado con salida” y “Paisajes cotidianos” (1976-1978) y en obras como “Paisaje”, de 1976, la dimensión de la huida adquiere hondura metafísica.

Ñ conversó sobre la muestra con la artista, que en estos momentos se encuentra en un plácido pueblo cerca de Girona, España.

–¿Que significó volver a encontrarse con el despliegue de todas estas obras juntas?

–Antes que nada fue revivir esos tiempos convulsos que vivimos. Como sabés, esas obras fueron hechas y exhibidas en aquel momento. La serie Lo que vendrá fue mostrada en el panorama del arte joven que hizo Svanascini en la galería Lorenzutti. Luego las Pinturas de la insurrección, realizadas entre 1972 y 1973, fueron mostradas en el premio De Ridder de ese año. Y después en el 73 volvieron a verse todas esas pinturas, más Ezeiza, en la galería de Castagnino. Todas fueron mostradas en su época pero, claro, juntas adquieren una elocuencia que da la sensación de estar ante un documento de ese momento. Justamente estuve mirando documentales sobre el Cordobazo y sobre episodios anteriores. No sé si tenés presente las movilizaciones obreras de los sindicatos Sitrac-Sitram que precedieron al Cordobazo. Tengo una prima cordobesa que hizo un documental sobre el Cordobazo que me conmovió hasta las lágrimas por lo terrible de los tiempos que vivimos. Me refiero al período que abarca del 72 al 76. Después fue peor aun pero esa época ya era terrible. Muertos, asesinados o secuestrados. Fue una época de muchísima tensión entre los movimientos obreros y populares, las fuerzas de represión y lo lamentable que aún persiste. Me gustó mucho el recorte de los 70 que propusieron tanto la curadora Mariana Marchesi como el director del Museo Andrés Duprat.
-me pareció importante también la inclusión del documental del Cordobazo como punto de partida de la muestra. Por el contrapunto visual que establece con las pinturas y porque permite valorar el procedimiento de transposición de un medio a otro en el recurso de cuerpos resistentes que se funden con las cebras del pavimento en tus pinturas.

–Sabés que hice las cebras porque fue en 1972 que se empezaron a pintar esos pasos peatonales e inmediatamente me interesaron como motivos. Esas bandas me brindaban la posibilidad de geometrizar el espacio y aportar a la escena una tensión visual con las movilizaciones como un remolino de violencia.

–Qué interesante cómo esas imágenes que vienen del lenguaje fílmico o fotográfico se tornan borrosas al ser trasladadas a la pintura y a la vez son muy precisas como metáfora pictóricas del enfrentamiento físico.

–No quería definir a las figuras de manera individual; quería que se disolvieran y así destacar la noción de masa. Lo repetí así en toda una serie. Y, como se trataba de una serie, usé esténcil para la repetición, que era un procedimiento muy usado en en los años 70.

–Otra cosa muy interesante de esta serie es el campo de visión tomado siempre desde arriba. Imagino que, por tu formación política, habrás tenido en mente la fotografía moderna rusa, Rodchenko o inclusive el cine…

–Sí, tenés razón, son muy cinematográficas. Tenía muy presente el imaginario no solo de la fotografía de Rodchenko sino también del cine de Eisenstein. Sus planos, contraplanos y la dialéctica de sus montajes de contrastes de contrarios simultáneos como en El acorazado Potemkin, la famosa caída del cochecito y la mujer con el lente roto. Un poco antes de esa época yo había tratado de estudiar cine, así que la influencia del cine es muy fuerte. Tanto que la serie de Las piaras que hice, de algún modo tiene una influencia de Pasolini y su película El Chiquero (1969). La presenté en una muestra en la galería Jacques Martínez. Después vino la serie de las insurrecciones.

–Hay un contraste muy significativo entre las pinturas realizadas entre el 72/73 y las que vienen después del 76, como si hubieran sido pensadas para diferenciar los dos momentos...

–Sí, también están ubicadas en dos salas diferentes. Fue idea de Mariana Marchesi.

–Viendo este conjunto de obras en relación con las de Alonso, que se muestran en otra sala y corresponden a la misma época, pareciera que estas optan más por estrategias metafóricas, rehuyendo cierto tono explícito urgente.

–Esto que decís, también me lo dijo otra gente. Lo interesante es que hoy se pongan en escena dos miradas sobre un mismo pasado doloroso que todavía nos afecta. Si uno piensa en la tragedia que vivió Carlos con la desaparición de su hija ya ese hecho describe por sí mismo lo que significaron esos tiempos. Pero por otro lado es un orgullo para mí que me toque estar en el Museo de Bellas Artes con una figura que para mí fue siempre muy importante. Yo era muy joven y él ya era un artista consagrado a quien admiraba por su talento enorme y también por sus posiciones políticas.