Programa de
contingencia escolar
Materia ARTE
Prof. Lepre Analia
Propuesta:
calendario escolar
24 de Marzo Día
Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia
«Quien
ha visto la esperanza, no la olvida. La busca bajo todos los cielos y
entre todos los hombres. Y sueña que un día va a encontrarla de
nuevo, no sabe dónde, acaso entre los suyos. En cada hombre late la
posibilidad de ser o, más exactamente, de volver a ser, otro
hombre».
Octavio Paz, El
laberinto de la soledad
Responder el
siguiente cuestionario:
1 Que paso el 24 de
marzo de 1976?
2 Que es el
terrorismo de estado?
3 A que hace
referencia el termino desaparecido?
4 Lea los
testimonios de sobrevivientes de la ESMA
5 Investigue sobre
la artista plastica DIANA DOWEK, realice un texto periodistico sobre
la vida, la obra de la artista y por que podemos afirmar que muchas
de sus obras son un testimonio de lo ocurrido durante la dictadura
militar argentina?
6
Realice una creación fotográfica propia teniendo en cuenta lo
investigado y la obra de la artista DIANA DOWEK, minimo 6 fotografias
utilizando como inspiracion los siguientes terminos: DESAPARECIDO -
CENSURA – DERECHOS- LIBERTAD
Links sugeridos para
la actividad.
El texto de abajo les sera util para responder las consignas
¿QUÉ PASÓ EL 24
DE MARZO DE 1976? El 24 de marzo de 1976 las Fuerzas Armadas
protagonizaron en la Argentina un nuevo golpe de Estado.
Interrumpieron el mandato constitucional de la entonces presidenta
María Estela Martínez de Perón, quien había asumido en 1974
después del fallecimiento de Juan Domingo Perón, con quien en 1973
había compartido la fórmula en calidad de vicepresidenta. El
gobierno de facto, constituido como Junta Militar, estaba formado por
los comandantes de las tres Armas: el General Jorge Rafael Videla
(Ejército), el Almirante Emilio Eduardo Massera (Marina) y el
Brigadier Orlando Ramón Agosti (Aeronáutica). La Junta Militar se
erigió como la máxima autoridad del Estado atribuyéndose la
capacidad de fijar las directivas generales del gobierno, y designar
y reemplazar a la Presidenta y a todos los otros funcionarios. La
madrugada del 24, la Junta Militar en una proclama difundida a todo
el país afirmó que asumía la conducción del Estado como parte de
«una decisión por la Patria», «en cumplimiento de una obligación
irrenunciable», buscando la «recuperación del ser nacional» y
convocando al conjunto de la ciudadanía a ser parte de esta nueva
etapa en la que había «un puesto de lucha para cada ciudadano». El
mismo Miércoles 24, la Junta tomó las siguientes medidas: instaló
el Estado de sitio; consideró objetivos militares a todos los
lugares de trabajo y producción; removió los poderes ejecutivos y
legislativos, nacionales y provinciales; cesó en sus funciones a
todas las autoridades federales y provinciales como así también a
las municipales y las Cortes de Justicia nacionales y provinciales;
declaró en comisión a todos los jueces; suspendió la actividad de
los partidos políticos; intervino los sindicatos y las
confederaciones obreras y empresarias; prohibió el derecho de
huelga; anuló las convenciones colectivas de trabajo; instaló la
pena de muerte para delitos de orden público e impuso una férrea
censura de prensa, entre otras tantas medidas. Asimismo, para
garantizar el ejercicio conjunto del poder, las tres Armas se
repartieron para cada una el 33% del control de las distintas
jurisdicciones e instituciones estatales (gobernaciones de
provincias, intendencias municipales, ministerios, canales de TV y
radios). El país fue dividido en zonas, subzonas y áreas en
coincidencia con los comandos del Cuerpo del Ejército, lo que
implicó la organización y división de la responsabilidad en la
tarea represiva sobre aquello que denominaron «el accionar
subversivo». Amplios sectores sociales recibieron el golpe militar
en forma pasiva, otros lo apoyaron, otros lo impugnaron y unos pocos
lo resistieron. Era una nueva interrupción del marco constitucional
–la sexta desde el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen en 1930–
que, una vez más, prometía dejar atrás el «caos» imperante y
retornar al siempre enunciado y anhelado «orden». En esta
oportunidad, la búsqueda de «orden» supuso comenzar a instrumentar
un feroz disciplinamiento, en un contexto caracterizado por la
creciente movilización social y política. La sociedad fue
reorganizada en su conjunto, en el plano político, económico,
social y cultural. La dictadura se propuso eliminar cualquier
oposición a su proyecto refundacional, aniquilar toda acción que
intentara disputar el poder. El método fue hacer «desaparecer» las
fuentes de los conflictos. Desde el punto de vista de los jefes
militares, de los grupos económicos y de los civiles que los
apoyaban, el origen de los conflictos sociales en Argentina y de la
inestabilidad política imperante luego de 1955, estaba relacionado
con el desarrollo de la industrialización y la modernización en
sentido amplio. Estos sectores afirmaban que se trataba de un modelo
sostenido artificialmente por la intervención del Estado. Entendían
que esto motivaba un exagerado crecimiento del aparato estatal y el
fortalecimiento de un movimiento obrero organizado, dispuesto y capaz
de defender sus derechos e intereses por diversas vías. En la
conferencia monetaria internacional de México, realizada en mayo de
1977, el Ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, dijo
que el cambio de gobierno constituía «la transformación de la
estructura política y económica-social que el país tuvo durante
casi 30 años». Desde esa perspectiva, para sentar las bases del
nuevo modelo «era necesario modificar las estructuras de la economía
argentina. El cambio propuesto era muy profundo; no bastaba con un
simple proceso de ordenamiento, sino que había que transformar
normas y marcos institucionales, administrativos y empresariales;
políticas, métodos, hábitos y hasta la misma mentalidad», según
escribió Martínez de Hoz en las «Bases para una Argentina moderna:
1976-80». Para alcanzar este objetivo la dictadura ejerció dos
tipos de violencia sistemática y generalizada: la violencia del
Estado.
¿QUÉ FUE EL
TERRORISMO DE ESTADO? Entre 1930 y 1983 la Argentina sufrió seis
golpes de Estado. Sin embargo, la expresión «terrorismo de Estado»
sólo se utiliza para hacer referencia al último de ellos. La
violencia política ejercida desde el Estado contra todo actor que
fuera considerado una amenaza o desafiara al poder fue una
característica recurrente en la historia argentina. Hay muchos
ejemplos de esto: la represión contra los obreros en huelga en la
Semana Trágica (1919) y en las huelgas de la Patagonia (1921); los
fusilamientos de José León Suárez relatados por Rodolfo Walsh en
su libro Operación Masacre (1956); la Noche de los Bastones Largos
durante la dictadura de Juan Carlos Onganía (1966) y la Masacre de
Trelew (1972), entre tantos otros. Estos episodios pueden ser
evocados como antecedentes de la violencia política ejercida desde
el Estado contra sus «enemigos» (aún cuando los primeros, la
Semana Trágica y las huelgas patagónicas, acontecieron en el marco
de un Estado democrático). En ese sentido están ligados a la última
dictadura. Sin embargo, el autodenominado Proceso de Reorganización
Nacional implicó un «salto cualitativo» con respecto a los casos
citados porque la dictadura de 1976 hizo uso de un particular
ejercicio de la violencia política: la diseminación del terror en
todo el cuerpo social. Lo que singularizó a la dictadura de 1976 fue
algo que ninguno de los regímenes previos practicó: la desaparición
sistemática de personas. Esto es: ciudadanos que resultaron víctimas
de secuestros, torturas y muertes en centros clandestinos de
detención desplegados a lo largo de todo el país, cuyos cuerpos
nunca fueron entregados a sus deudos . La dictadura pretendió borrar
el nombre y la historia de sus víctimas, privando a sus familiares y
también a toda la comunidad política, de la posibilidad de hacer un
duelo frente a la pérdida. ¿Cuáles fueron las notas distintivas
del terrorismo de Estado? ¿Por qué esta expresión da cuenta de lo
específico de la última dictadura? ¿Qué fue lo que permitió
afirmar que se trataba de un acontecimiento novedoso en la larga
historia de violencias políticas de la Argentina? Vamos a detenernos
en algunos de sus rasgos característicos. • En primer lugar, lo
propio del terrorismo de Estado fue el uso de la violencia puesta al
servicio de la eliminación de los adversarios políticos y del
amedrentamiento de toda la población a través de diversos
mecanismos represivos. Miles de personas encarceladas y otras tantas
forzadas al exilio, persecución, prohibiciones, censura, vigilancia.
Y, fundamentalmente, la puesta en marcha de los centros clandestinos
de detención . Según explica Pilar Calveiro en su libro Poder y
desaparición se trató de una cruel «pedagogía» que tenía a toda
la sociedad como destinataria de un único mensaje: el miedo, la
parálisis y la ruptura del lazo social. • En segundo lugar, el
terror se utilizó como instrumento de disciplinamiento social y
político de manera constante, no de manera aislada o excepcional. La
violencia, ejercida desde el Estado, se convirtió en práctica
recurrente, a tal punto que constituyó la «regla» de dominación
política y social. Se trató, entonces, de una política de terror
sistemático. • En tercer lugar, ese terror sistemático se ejerció
con el agravante de ser efectuado por fuera de todo marco legal –más
allá de la ficción legal creada por la dictadura para justificar su
accionar. Es decir, la violencia ejercida contra quienes eran
identificados como los enemigos del régimen operó de manera
clandestina. De modo que la dictadura no sólo puso en suspenso los
derechos y garantías constitucionales, y a la Constitución misma,
sino que decidió instrumentar un plan represivo al margen de la ley,
desatendiendo los principios legales que instituyen a los estados
modernos para el uso de la fuerza. Se violaron así las normas para
el uso legítimo de la violencia y el Estado se transformó en el
principal agresor de la sociedad civil, la cual es, en definitiva, la
que legitima el monopolio de la violencia como atributo de los
estados modernos. • En cuarto lugar, el terrorismo de Estado que se
implantó en la década del setenta en Argentina deshumanizó al
«enemigo político», le sustrajo su dignidad personal y lo
identificó con alguna forma del mal. Una de las características
fundamentales de la dictadura argentina consistió en criminalizar al
enemigo a niveles hiperbólicos: la figura del desaparecido supuso
borrar por completo toda huella que implicara alguna forma de
transmisión de un legado que se caracterizara como peligroso. La
sustracción de bebés también puede ser pensada como una
consecuencia de esta forma extrema de negarle dignidad humana al
enemigo político. Es decir que una característica distintiva del
Estado terrorista fue la desaparición sistemática de personas. El
Estado terrorista no se limitó a eliminar físicamente a su enemigo
político sino que, a la vez, pretendió sustraerle todo rasgo de
humanidad, adueñándose de la vida de las víctimas y borrando todos
los signos que dieran cuenta de ella: su nombre, su historia y su
propia muerte. • En quinto lugar, el uso del terror durante la
última dictadura tuvo otra característica definitoria: dispuso de
los complejos y altamente sofisticados recursos del Estado moderno
para ocasionar asesinatos masivos, de mucho mayor alcance que
aquellos que podían cometer los estados del siglo XIX. • Por
último, el Estado terrorista, mediante la internalización del
terror, resquebrajó los lazos sociales y distintos grupos, sectores
sociales, formas de pertenencia y prácticas culturales comunes,
fueron desgarradas: ser joven, obrero, estudiante, pertenecer a un
gremio, representar a un grupo, fueron actividades «sospechosas»
frente al Estado. Si defender y compartir ideas junto a terceros con
objetivos en común implicaba la desaparición, la pauta que comenzó
a dominar en las prácticas sociales más básicas fue la de un
individualismo exacerbado que continuó manifestándose más allá
del 10 de diciembre de 1983; y que a su vez permitió el avance en la
destrucción de conquistas sociales fundamentales a lo largo de las
décadas del ochenta y del noventa. En estas seis características
podemos resumir algunos rasgos definitorios del terrorismo de Estado,
un régimen que se inscribe en la compleja historia política de la
Argentina y que, al mismo tiempo, parece no tener antecedentes en esa
misma historia.
¿QUÉ ES LA FIGURA
DEL DESAPARECIDO? En 1979, en una entrevista periodística, el
dictador Jorge Rafael Videla dijo una frase que con el tiempo se
volvió tristemente célebre: «Le diré que frente al desaparecido
en tanto este como tal, es una incógnita, mientras sea desaparecido
no puede tener tratamiento especial, porque no tiene entidad. No está
muerto ni vivo… Está desaparecido»2 . La palabra «desaparecido»,
tanto en Argentina como en el exterior, se asocia directamente con la
dictadura de 1976, ya que el terror estatal tuvo como uno de sus
principales mecanismos la desaparición sistemática de personas. El
término «desaparecido» hace referencia, en primer lugar, a
aquellas personas que fueron víctimas del dispositivo del terror
estatal, que fueron secuestradas, torturadas y, finalmente,
asesinadas por razones políticas y cuyos cuerpos nunca fueron
entregados a sus deudos y, en su gran mayoría, todavía permanecen
desaparecidos. Otras dictaduras de Latinoamérica y el mundo también
secuestraron, torturaron y asesinaron por razones políticas, pero no
todas ellas produjeron un dispositivo como la desaparición de
personas y el borramiento 2 La declaración de Videla está tomada de
Noemí Ciollaro, Pájaros sin luz, Buenos Aires, Planeta, 1999. Fue
reproducida en los medios de comunicación el 14 de diciembre de
1979. de las huellas del crimen. Lo específico del terrorismo
estatal argentino residió en que la secuencia sistematizada que
consistía en secuestrar-torturar-asesinar descansaba sobre una
matriz cuya finalidad era la sustracción de la identidad de la
víctima. Como la identidad de una persona es lo que define su
humanidad, se puede afirmar que la consecuencia radical que tuvo el
terrorismo de Estado a través de los centros clandestinos de
detención fue la sustracción de la identidad de los detenidos, es
decir, de aquello que los definía como humanos. Para llevar adelante
esta sustracción, el terrorismo de Estado implementó en los campos
de concentración una metodología específica que consistía en
disociar a las personas de sus rasgos identitarios (se las
encapuchaba y se les asignaba un número en lugar de su nombre);
mantenerlas incomunicadas; sustraerles a sus hijos bajo la idea
extrema de que era necesario interrumpir la transmisión de las
identidades y, por último, adueñarse hasta de sus propias muertes.
Los captores no sólo se apropiaban de la decisión de acabar con la
vida de los cautivos sino que, al privarlos de la posibilidad del
entierro, los estaban privando de la posibilidad de inscribir la
muerte dentro de una historia más global que incluyera la historia
misma de la persona asesinada, la de sus familiares y la de la
comunidad a la que pertenecía. Por esta última razón, podemos
decir que la figura del desaparecido encierra la pretensión más
radical de la última dictadura: adueñarse de la vida de las
personas a partir de la sustracción de sus muertes. Por eso, cada
acto de los cautivos tendientes a restablecer su propia identidad y a
vincularse con los otros en situación de encierro resultó una
resistencia fundamental a la política de desaparición. Lo mismo
ocurre cada vez que se localiza a un niño apropiado, hoy adulto, y
cada vez que se restituye la identidad y la historia de un
desaparecido. El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) se
destacó desde muy temprano en la búsqueda e identificación de los
cuerpos de los desaparecidos que fueron enterrados como NN. El EAAF
posee un banco de datos que, en este momento, articulado con el
Estado nacional, continúa permitiendo el encuentro entre los
familiares y los cuerpos de las víctimas. Estas, son formas de
incorporar a los desaparecidos a la vida y a la historia de la
comunidad, son modos de torcer ese destino que, según las palabras
de Videla, era sólo una «incógnita».
Testimonios de
sobrevivientes de la ESMA
LA TORTURA «La
experiencia de la tortura es única. No se puede comparar con ninguna
otra experiencia de la vida. Tengo un recuerdo de la tortura con el
registro de todos los sentidos. Lo digo porque hay personas a las que
no les pasa así, que en el recuerdo se ven, por ejemplo, como si
fueran una tercera persona mirándose desde una cierta distancia. Yo
tengo ambos, y hasta incluso he soñado con eso. Para mí, lo
terrible de la tortura es que delante de uno hay alguien, un ser
humano en apariencia, inflingiéndole a otro lo peor que puede hacer
para obtener de él lo más preciado que guarda. Es una experiencia
tan extrema, tan primaria que yo creo que en sí ésa es la tortura.»
(Memoria Abierta, testimonio de Cristina Aldini, Buenos Aires). LOS
«PASEOS» «Alfredo Ayala (alias "Mantecol") cuenta cómo
era la vida cotidiana dentro del CCD: “Los primeros meses en la
ESMA sufrí mucho: las primeras torturas, las primeras salidas.
Prácticamente, ese primer tiempo no estuve en la ESMA, me sacaban
todos los días, me llevaban a citas que ya tenían ellos para
“chupar” compañeros, me llevaban a “paseos”. Una noche
entera me tuvieron de Constitución a Tigre en el [colectivo]
sesenta, otras veces fui a José León Suárez, me tuvieron todo el
día en la estación de tren. Me llevaban a “pasear” por el
centro de San Isidro, me llevaban a espectáculos públicos, a todos
lados. A “cantar” no creo [se refiere a la delación], pero sí a
ver quién se me arrimaba. Después me llevaban de vuelta a la ESMA y
me hacían estar presente cuando caían otros compañeros, para ver
cuál era la reacción. La peor tortura para mi era cuando me
presentaban a los recién caídos y les decían: “Si vos te portás
bien, la vas a pasar bien. Mirá como está ‘Mantecol’, él está
acá tranquilo, ya está iniciando otra nueva vida”. Le decían:
“Vas a sufrir un poco, pero vas a estar como él”. Y eso a mí me
apenaba mucho porque me hacía cómplice de algo que yo no quería
ser. Creo que muchos compañeros se sintieron así. Y a veces se me
volaban las chapas, algunas veces me iba al baño y me golpeaba
contra la pared.» (Memoria Abierta, testimonio de Roberto Ayala,
Buenos Aires). Las maternidades clandestinas «En simultáneo con el
funcionamiento de la institución militar y el CCD, existía una
maternidad clandestina en la que dieron a luz mujeres secuestradas
por los Grupos de Tareas de la ESMA, y otras provenientes de
distintos centros de reclusión. Durante el parto eran asistidas por
médicos y enfermeros destinados en la ESMA y por otras detenidas. En
caso de complicaciones eran llevadas al Hospital Naval. Martha
Álvarez relata su experiencia: “Estoy en ‘capucha’ hasta el
mes de octubre cuando me pasan a una habitación, a uno de los
cuartos que ellos llamaban ‘camarotes’ que estaba del otro lado
de ‘capucha’. Ahí paso todo mi embarazo (…). Después,
pusieron una enfermería en el sótano, allí era donde iban a poner
a las compañeras embarazadas, había también otra compañera
embarazada, y ahí era donde iban a nacer los bebés. En el momento
del parto, empiezo con los dolores, me bajan a la enfermería, pero
venía complicado y decidieron trasladarme al Hospital Naval, me
llevan a la noche y a la madrugada nace mi hijo. Inmediatamente me
llevan de nuevo a la Escuela y al otro día lo llevan al bebé”.»
(Memoria Abierta, testimonio de Marta Álvarez, Buenos Aires).
Entrevista
Diana Dowek, la
pintura en tiempos de furia
La artista
reflexiona sobre su muestra en Bellas Artes, que reúne obras
realizadas en los 70, una época cargada de violencia política.
La artista junto a
su obra “Argentina 78”, un tríptico de 1978, año en que se
realizó aquí el Mundial de fútbol.
Al conmemorarse 50
años del Cordobazo –aquella insurrección de mayo del 69 que puso
en jaque a la dictadura de Onganía, nacida tres años antes con el
golpe militar que derribó al gobierno de Arturo Illía–, el Museo
Nacional de Bellas Artes rescata un capítulo de la producción
pictórica de Diana Dowek que evoca ese momento con las tensiones
políticas que generó y crecieron hasta derivar en el golpe militar
del 76.
Curado por Mariana
Marchesi bajo el título de Paisajes insumisos, el conjunto de veinte
pinturas de la artista seleccionado por la curadora adquiere gran
potencia política por el contexto histórico al que alude. Pero
también por las estrategias de representación figurativa a las que
apela y se inscriben dentro de lo que Jorge Glusberg llamó la Nueva
Imagen y tuvo a Dowek como una de sus más destacadas representantes.
La muestra, que organiza un interesante contrapunto temporal en las
dos salas que ocupa, incluye el políptico “Lo que vendrá”, de
1972, adquirido por el museo el año pasado y cuyo título remite a
un famoso tema de Astor Piazzolla. Más ilustrativo de los tiempos
violentos aludidos es el título Pinturas de la insurrección, que
agrupa otra serie elaborada entre 1972 y 1973, período
particularmente tenso que marcó el tránsito de los gobiernos
Lanusse, Cámpora y Perón. Deliberadamente identificadas con la
lógica documental fotográfica, desde la monocromía blanco y negro,
estas imágenes optan sin embargo por eludir detalles y definiciones
reorientando esta suerte de crónica de época al lenguaje pictórico
que intensifica su dramatismo.
Por su parte, las
pinturas realizadas en los años posteriores refuerzan la percepción
de un tiempo de tensiones en aumento; también los títulos
“Procedimientos” (1974) o“Retrovisores”, (1975) contribuyen a
la idea de un estado policial en el que progresivamente se ha
instalado un clima generalizado de persecución. Tal lo que se
desprende de la serie de “alambrados”, “Atrapado con salida”
y “Paisajes cotidianos” (1976-1978) y en obras como “Paisaje”,
de 1976, la dimensión de la huida adquiere hondura metafísica.
Ñ conversó sobre
la muestra con la artista, que en estos momentos se encuentra en un
plácido pueblo cerca de Girona, España.
–¿Que significó
volver a encontrarse con el despliegue de todas estas obras juntas?
–Antes que nada
fue revivir esos tiempos convulsos que vivimos. Como sabés, esas
obras fueron hechas y exhibidas en aquel momento. La serie Lo que
vendrá fue mostrada en el panorama del arte joven que hizo
Svanascini en la galería Lorenzutti. Luego las Pinturas de la
insurrección, realizadas entre 1972 y 1973, fueron mostradas en el
premio De Ridder de ese año. Y después en el 73 volvieron a verse
todas esas pinturas, más Ezeiza, en la galería de Castagnino. Todas
fueron mostradas en su época pero, claro, juntas adquieren una
elocuencia que da la sensación de estar ante un documento de ese
momento. Justamente estuve mirando documentales sobre el Cordobazo y
sobre episodios anteriores. No sé si tenés presente las
movilizaciones obreras de los sindicatos Sitrac-Sitram que
precedieron al Cordobazo. Tengo una prima cordobesa que hizo un
documental sobre el Cordobazo que me conmovió hasta las lágrimas
por lo terrible de los tiempos que vivimos. Me refiero al período
que abarca del 72 al 76. Después fue peor aun pero esa época ya era
terrible. Muertos, asesinados o secuestrados. Fue una época de
muchísima tensión entre los movimientos obreros y populares, las
fuerzas de represión y lo lamentable que aún persiste. Me gustó
mucho el recorte de los 70 que propusieron tanto la curadora Mariana
Marchesi como el director del Museo Andrés Duprat.
-me pareció
importante también la inclusión del documental del Cordobazo como
punto de partida de la muestra. Por el contrapunto visual que
establece con las pinturas y porque permite valorar el procedimiento
de transposición de un medio a otro en el recurso de cuerpos
resistentes que se funden con las cebras del pavimento en tus
pinturas.
–Sabés que hice
las cebras porque fue en 1972 que se empezaron a pintar esos pasos
peatonales e inmediatamente me interesaron como motivos. Esas bandas
me brindaban la posibilidad de geometrizar el espacio y aportar a la
escena una tensión visual con las movilizaciones como un remolino de
violencia.
–Qué interesante
cómo esas imágenes que vienen del lenguaje fílmico o fotográfico
se tornan borrosas al ser trasladadas a la pintura y a la vez son muy
precisas como metáfora pictóricas del enfrentamiento físico.
–No quería
definir a las figuras de manera individual; quería que se
disolvieran y así destacar la noción de masa. Lo repetí así en
toda una serie. Y, como se trataba de una serie, usé esténcil para
la repetición, que era un procedimiento muy usado en en los años
70.
–Otra cosa muy
interesante de esta serie es el campo de visión tomado siempre desde
arriba. Imagino que, por tu formación política, habrás tenido en
mente la fotografía moderna rusa, Rodchenko o inclusive el cine…
–Sí, tenés
razón, son muy cinematográficas. Tenía muy presente el imaginario
no solo de la fotografía de Rodchenko sino también del cine de
Eisenstein. Sus planos, contraplanos y la dialéctica de sus montajes
de contrastes de contrarios simultáneos como en El acorazado
Potemkin, la famosa caída del cochecito y la mujer con el lente
roto. Un poco antes de esa época yo había tratado de estudiar cine,
así que la influencia del cine es muy fuerte. Tanto que la serie de
Las piaras que hice, de algún modo tiene una influencia de Pasolini
y su película El Chiquero (1969). La presenté en una muestra en la
galería Jacques Martínez. Después vino la serie de las
insurrecciones.
–Hay un contraste
muy significativo entre las pinturas realizadas entre el 72/73 y las
que vienen después del 76, como si hubieran sido pensadas para
diferenciar los dos momentos...
–Sí, también
están ubicadas en dos salas diferentes. Fue idea de Mariana
Marchesi.
–Viendo este
conjunto de obras en relación con las de Alonso, que se muestran en
otra sala y corresponden a la misma época, pareciera que estas optan
más por estrategias metafóricas, rehuyendo cierto tono explícito
urgente.
–Esto que decís,
también me lo dijo otra gente. Lo interesante es que hoy se pongan
en escena dos miradas sobre un mismo pasado doloroso que todavía nos
afecta. Si uno piensa en la tragedia que vivió Carlos con la
desaparición de su hija ya ese hecho describe por sí mismo lo que
significaron esos tiempos. Pero por otro lado es un orgullo para mí
que me toque estar en el Museo de Bellas Artes con una figura que
para mí fue siempre muy importante. Yo era muy joven y él ya era un
artista consagrado a quien admiraba por su talento enorme y también
por sus posiciones políticas.